Por: Luis Adrián Miranda Pérez
Profesor e investigador
Contacto: [email protected]
El otro día, mientras daba una charla a estudiantes de comunicación de una Universidad, pregunté quiénes de ellos/ellas habían sido discriminados/as, esto para contextualizar el tema que abordaba.
De manera sorpresiva todos levantaron la mano, pero al momento de preguntarles las razones de tal discriminación, todos callaron. Ninguno de los asistentes pudo decirme cuál había sido el motivo.
Conforme avanzó la charla, di un conjunto de argumentos de cómo estigmatizamos y discriminamos a partir de características comúnmente corporales, algunas contradictorias, pero que cambian conforme el tiempo y el lugar en que se generan.
Sin duda todos hemos sido discriminados por algún motivo. Algunos con mayor o menor grado de violencia, pero lo que resalta de esto, o al menos lo que me llamó la atención, es que nos da miedo reconocer que de ninguna manera podemos cumplir con el estándar o canon de “lo normal” y “lo bello/bella” que nosotros mismos imponemos o reproducimos con gran naturalidad en nuestra vida diaria.
De manera inconsciente y otras, consciente aspiramos a ser parte de eso que nunca seremos, porque esa idea de “normalidad” y de “belleza” es inacabada y múltiple.
Sabemos que existe la discriminación, pero reconocernos como parte de ella, es muy difícil, porque además de aceptar que somos parte de ese ejercicio de poder, nos pone en situación de vulnerabilidad ante los demás, porque también somos presa ante la mirada ajena.
En esa misma charla, un estudiante me reprochó al comentar que vivimos en una sociedad que en gran medida se basa en la pigmentocracia, es decir, que tener cierto color de piel influye o determina la formas en que nos tratan los demás, entre otros aspectos. Él mencionó -es muy banal discriminar por el color piel- y sí lo es, pero existe toda una ideología y una estructura con carácter histórico que se ha encarnado en los más profundo de nuestros cuerpos y nuestros pensamientos que es difícil de asimilar.
Pero también es cierto que la discriminación no se genera únicamente por el color de piel, hay otras formas intercaladas y trasfondos que abonan de manera significativa al menos precio de la dignidad de las personas, que sin duda tendríamos, al menos, que repensar día a día.