Jueves, 21 de noviembre de 2024

El baile y yo

En la secundaria la maestra de educación artística, tenía sus preferidos… quizá eran los que podían quedarse despreocupadamente a ensayar con ella, todos los cuadros de bailes regionales.


Por rotativoenlinea.com

24 de noviembre de 2022 Actualizado a las 20:11:01

Artículo/ Esdras Camacho

Le tengo una admiración bárbara a todos los bailarines, ya sea descalzos, en patines, o con tacones.  Me  encanta, yo, si pudiera fuera bailarín.

¿Por qué no lo soy?. Claro tengo límites, y no son físicos.

En la secundaria la maestra de educación artística,  tenía sus preferidos… quizá eran los que podían quedarse despreocupadamente a ensayar con ella, todos los cuadros de bailes regionales.

Y, yo, aunque pocas veces me quedaba a abrir la boca con la destreza del taconeo, con la del jaloneo; en fin  con la gracia de sus movimientos. Admiré y sigo admirando el talento singular de la danza, todos los bailarines, son un mi ideal.

Cuando tuve diez años, recuerdo que una tía  acudió a mí, porque deseaba que yo le enseñase unos pasos mágicos para bailar, se miraba como la estrella del baile, y efectivamente, ella si quele sacó brillo al piso, no solo esa vez, si no que se enriqueció con su fama de bailadora.  

Por esos años, en una fiesta infantil, saqué el primerísimo lugar de un improvisado concurso de baile entre los asistentes. Recuerdo el premio, un juguete de plástico, lleno de dulces agridulces, no fue tanto el dulce, sino el placer de haber ganado, lo que hizo inolvidable aquella tarde.

Más adelante, cuando ya tenía edad para ir a las tardeadas o noches de disco, yo no podía asistir, sobre todo, porque las discos, comenzaban más allá de las diez de la noche y yo debía volver alrededor de las 8, o 9 de la noche a más tardar, al hogar.

Y, mi madre tan preocupada, pero tan certera, era capaz de entrar sin aviso, al espectáculo, y estuviera, donde estuviera, amablemente me pedía que la acompañara a la salida, y luego a casa; así que para no dar escenas dramáticas gratuitas a mis amigos, yo no abría la pista, aunque ganas no me faltaban.

En la secundaria, una tarde, quise, no sé bien porque motivo, enseñarle a mi madre algunos pasos de baile, que tenía yo no ensayados, pero espontáneos y ella desaprobó, no uno, si no todos mis movimientos, no recuerdo que dijo, pero su mirada era fulminante, quizá pensó que eran muy pecaminosos.

Y, el baile me tenía destinado una vida llena de aventuras. En la década de los noventa en un baile al que con la ayuda de mi tía asistí, bailé con dos mujeres, toda la noche, ellas no se conocieron, pues le otorgué a cada una, una tanda, y en el descanso bailé con otra, esa, supongo fue mi mejor noche como bailador.

En algún tiempo pensé que bailaría después, a lo mejor cuando tuviese menos obligaciones. Quizá no hubiera nadie que prohibiera mis antojos. No volvía bailar.

Hoy que he pasado la edad de las ilusiones, y he entrado a la madurez, no bailo. Evito bailar, no solo porque no estoy actualizado, sino porque no tengo el hábito, dejé de bailar desde hace cerca de tres décadas.

Veo bailar con maestría a varios muchachos o señores, les tengo mucha envidia, que es lo mismo que admiración. Y digo, yo no podría hacer eso, no ensayando el resto de mis días.

Y, pienso, sin mencionar, que a lo mejor alguno de mis tres hijos, quiera bailar desaforadamente, y, yo ¿Cómo tomaré eso?, no sé.  

Creo que terminaré por alentarlo, creo que mientras el baile no conduzca al desenfreno de otras emociones, puede repetir millonésimas veces los pasos de baile de modo que haga una huella en el piso.

Es todo.

#EsdrasCamacho