Rodrigo Ramón Aquino
Que venga lo que tenga que venir
Sí, suena a plablismo, pero con la actual coyuntura político-electoral en el estado es difícil no pensar en los paralelismos que existen con Eduardo Ramírez Aguilar.
Primero, la cantidad de partidos que respaldan el proyecto político y la candidatura. En el ya lejano año 2000, Pablo Salazar Mendiguchía venía de ser senador de la República y llegó a la gubernatura de Chiapas con el apoyo de ocho partidos.
En aquella ocasión, los logos de los institutos políticos casi no cabían en la boleta electoral: ahí, abrazaditos, estuvieron el PAN, el PRD, el PT, el PVEM, Convergencia, y los desaparecidos Partido de la Sociedad Nacionalista (PSN), Partido Centro Democrático (PCD) y el Partido Alianza Social (PAS).
El remake de este año es la firma del martes pasado del convenio de coalición para la gubernatura de Chiapas entre la fórmula esperada de Morena, PVEM y PT y la suma de los partidos locales Chiapas Unido, Mover a Chiapas, Redes Sociales Progresistas y Encuentro Solidario Chiapas. Un total de siete partidos cerraron filas a favor de la candidatura de ERA.
Otro paralelismo entre Pablo y Eduardo, más allá de haber sido secretarios generales de Gobierno –lo que brinda experiencia y conocimiento del Chiapas profundo–, es la tensa situación con que reciben el poder.
En el año 2000, Pablo recibió un estado convulso y profundamente dividido por conflictos sociales, políticos y religiosos. Un Chiapas post turbulencias zapatistas. Había que gobernar para todos, por eso no se afilió a ningún partido, y los primeros esfuerzos de Pablo estuvieron encauzados a calmar las aguas, a contribuir a la paz y a la gobernabilidad, a lograr la reconciliación.
Eduardo Ramírez por su parte, ya como gobernador, también tendrá que dedicar gran parte de su agenda a la seguridad y pacificación de Chiapas. Contrarrestar los avances del crimen organizado en distintas regiones, principalmente en los Altos y el corredor Tapachula-Frontera Comalapa, no sólo es necesario, sino obligatorio para gobernar. En la segunda etapa de la 4T en Chiapas se requerirá de menos abrazos y más Estado de derecho.
Corrillo
En el año 341 antes de Cristo, ante la asamblea principal de Atenas, el “tartajo” Demóstenes trató de advertir a sus ciudadanos y dirigentes del peligro que suponía el expansionismo de Filipo de Macedonia. La excitativa de Demóstenes buscaba mover a sus conciudadanos, reacios a hacer algo, cómodos en la pasividad:
“Algunos atenienses, tratando de salvaguardar esa situación, que a sus propias personas proporciona renombre y poder, no tienen en cuenta ninguna previsión de futuro; otros, acusando y calumniando a los que están a cargo de la cosa pública, no consiguen otra cosa sino obligar a la ciudad a recibir ella misma satisfacción por sus propias faltas y a concentrarse en ello y dar posibilidad en cambio a Filipo de decir y hacer lo que le venga en gana.”
Dos mil 365 años después, en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México, un grupo de destacados capitalinos, integrado por empresarios, periodistas, activistas, hombres y mujeres de cultura, se pronuncian por la continuidad y por la no imposición de un candidato que nada tiene que ver con Tuxtla, impulsado por un grupo político que busca su expansionismo más allá de sus fronteras tabasqueñas.
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